En latín vulgar tripaliare significa “torturar”, voz derivada del latín tardío tripalium: instrumento de tortura compuesto por tres (tri-) palos (palus, -i) o estacas (dos en forma de equis y otra colocada verticalmente).
El significado primitivo de trabajo, equiparable al latín labor, es el de “fatiga, esfuerzo o sufrimiento”. Ya desde antiguo la palabra trabajo se asoció al suplicio y la penalidad.
Cervantes escribió una novela titulada Los trabajos de Persiles y Sigismunda, donde el término “trabajos” no se refiere a actividades o tareas, sino a los sufrimientos y peripecias viajeras de sus dos protagonistas.
Tiempo después pasó a su sentido más habitual: “actividad humana útil, ejercicio de un oficio, ocupación retribuida”.
En la Edad de Oro, nos cuenta Ovidio, la tierra producía espontáneamente los frutos sin necesidad de trabajarla o laborarla, sin que el
azadón la tocase ni el arado la hiriera.
En la tradición judeocristiana el trabajo fue un castigo divino. Dios le dijo a Adán, tras comer la fruta del árbol prohibido: “Ganarás el pan con el sudor de tu frente”. Y en ello andamos, por suerte para los que disfrutamos de él.