Un tiquismiquis es una persona que pone muchos reparos a todo y le da una importancia exagerada a minucias.
Deriva del latín tibi, mihi, literalmente “para ti, para mí”, que hacía referencia a los miramientos de personas muy escrupulosas y desconfiadas a la hora de hacer un reparto. En latín medieval la forma mihi (= para mí) sufrió una ultracorrección intercalando una c, resultando michi.
Por analogía e incomprensiblemente esta alteración se propagó a tibi (= para ti) que se convirtió en tichi. Dado que el dígrafo ch se pronunciaba /k/, de ahí surgió la palabra tiquismiquis en plural. Cervantes la utilizó por primera vez en 1615.
El verbo aniquilar (deriva de an-nihil-are) tuvo una evolución etimológica similar. A partir del latín nihil (= nada), pasó a escribirse nichil, quedando, por tanto, an nichil are. Este término filosófico significó primeramente “reducir a la nada” y actualmente equivale a “destruir por completo”.
Continuando con la sílaba “qui(s)”, en latín quisque significa “cada uno, cada cual, cualquiera” y de ahí la expresión vulgar “tó quisqui” significando “todo el mundo”.
Y si de expresiones vulgares se trata, de pequeño oía a gente decir: «echó hasta los quirios» para referirse a alguien que vomitó en exceso. Años después comprendí que lo correcto sería “echar los kíries” en alusión a la palabra griega Κύριε (Kyrie, vocativo de Κύριος = Señor), invocación reiterativa que se hacía al Señor en la liturgia: Κύριε, ε᾽λέησον (= Kyrie, eleison = ¡Señor, ten piedad!).
Viendo todo lo anterior, ¿Quién se atrevería a decir que las lenguas clásicas están muertas (o aniquiladas)? A quien afirme esto se le podría decir “los muertos que vos matáis gozan de buena salud”. Se trata de una salud macarrónica, a decir verdad, pero salud, al fin y al cabo. D. Juan Gil Fernández, mi maestro, dixit.